Berlín, la ciudad de la memoria

Berlín nos recibió con temperaturas sofocantes que nos desalentaban a salir del lugar donde nos hospedamos. Esto no resultó ser nada despreciable, ya que nuestro anfitrión se fue de viaje «camino a Santiago» y nos dejó su departamento para nosotros, y su inquilina-de-cuarto colombiana, con la condición de que cuidemos a sus dos gatitos. Qué problema, ¿no?

Cuando las temperaturas amainaron, pudimos salir a descubrir una ciudad cuya historia reciente deja huellas en cada rincón. Fue una ciudad azotada, primero por el horror nazi, y después por los «aliados», que llegaron con la atrocidad irreconciliable con la razón y el corazón de dividir durante 28 años a una ciudad en dos, matando a quien osara cruzar ese nefasto y antiorgánico muro.

Los restos de ese muro, conservados para obligarnos a no olvidar lo que es capaz de hacer la humanidad, son la triste pero necesaria vedette del lugar, junto con otros monumentos y edificaciones que rinden homenaje a los muertos por la barbarie de hace medio siglo.
Berlín parece estar centrada en recordar. Quizás por eso la estética pulcra que caracterizó a otras ciudades que visitamos aquí no sea una prioridad. Por eso, y porque tuvo que renacer de las cenizas. Habiendo perdido, además de miles de personas, gran parte de los edificios de belleza tradicional, dieron vuelta el sufrimiento y lo transformaron en aprendizaje, convirtiéndose en pocas décadas en una de las ciudades más avanzados del mundo. Y no sólo por su poder económico y su esplendor industrial sino, y más importante, debido a su vanguardia cultural, ideológica y transformadora. Berlín es hoy una de las ciudades que ocupan el podio en apertura social y multicultural, empapada de una tolerancia comparable a Barcelona, Londres y pocas urbes más.
Berlín es alternativa, es moderna. Desafía los cánones del turista. No es impecable. Es honesta. Es como es. Que nadie se olvide.
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