Cambio de rumbo: decisiones preliminares camino a Europa

Y finalmente partimos hacia el viejo continente con la idea de hacer un recorrido -esta vez- eminentemente urbano.

Fue difícil seleccionar qué ciudades visitar y cuáles dejar afuera. ¡Todo no se puede! Teníamos algunas elegidas con seguridad, y otras que subieron y bajaron reiteradamente de nuestra lista de prioridades. Es más, sabíamos que esa lista quedaría abierta y sería modificada a lo largo del viaje.

¿Cuánto tiempo destinar a cada lugar? También una incógnita. Sobre todo porque nuestro plan es recorrer cada localidad tratando de captar su esencia, de vivirla como locales, y no centrarnos -ni mucho menos- en las atracciones meramente turísticas.

En parte por eso, y en parte para cuidar el presupuesto, es que decidimos hospedarnos en casas de locales, haciendo couchsurfing: una plataforma que nuclea a viajeros y locales para permitir intercambios de experiencias… y favores, digamos. El mecanismo consiste en crearse un perfil, buscar habitantes de la ciudad que uno quiere visitar, seleccionar aquellos que parecen compartir intereses o que resultan atractivos, y enviar una solicitud a cada uno. Y luego… esperar a que respondan. Eso fuimos haciendo en nuestro tiempo pre-viaje en Buenos Aires, y lo seguiríamos haciendo a lo largo del viaje. La realidad es que la mayoría de las solicitudes vienen rechazadas: hay demasiada gente buscando lugar dónde hopedarse. Tanto es así, que al momento de la partida teníamos cubierta la primera semana de viaje… y no mucho más. ¡La incertidumbre es nuestra compañera de aventuras!

Como en las principales ciudades a visitar pensamos pasar alrededor de una semana, y los locales generalmente ofrecen hospedaje por un par de noches, sabemos de antemano que cada dos días deberemos cambiar de casa. Por eso, para poder aprovechar los días y facilitar los desplazamientos, decidimos viajar ligeros de equipaje: mochilas que no necesitan ser despachadas al momento de subir a un avión (y que por lo tanto agilizan la llegada y la partida), y que son soportables durante un día de caminata por la ciudad. ¿Qué llevamos? Poco y nada: artículos personales mínimos, dos mudas de ropa, abrigos compactables y livianos… Un toallón finito para los dos, una computadora portátil (sobre todo, para que Fla pueda seguir trabajando), productos de perfumería en frascos de menos de 100 ml (tamaño autorizado para el equipaje de mano en los vuelos… ¡hay que pensar en todo!)… y no mucho más. Si viajar en motorhome supuso una actitud de despojo, ¡esto lo triplica! ¡Nuevos desafíos, allá vamos!

Las mochilas que llevamos no van del todo llenas. Queda algo de espacio para las probables compras a lo largo del viaje. Pero a no olvidar: todo lo que compremos, deberá ser acarreado ciudad tras ciudad sobre nuestras espaldas… ¡Habrá que ser medidos!

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Poca mochila, mucha sonrisa

Con todas estas premisas partimos entonces, entusiasmados como siempre, a la espera de nuevas experiencias.

Primera parada: ¡Reino Unido!

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¿Epílogo?

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Primero hicimos Córdoba en una Trafic modelo 95 (La Gorda) durante Septiembre y mitad de Octubre, visitando al amigo Mario y la amiga Elena y recibiendo a Marian y el Toro en La Gorda. Luego arrancamos hacia el sur un 23 de Noviembre de 2015, post ballotage. Disfrutamos con mamá y los hermanos Macana en la costa bonaerense y con Mari en Las Grutas. Bajamos por la ruta 3 y nos fascinamos con Puerto Pirámides. Cada día fuimos más gitanos, dueños de las veredas y visitantes de los baños públicos. A veces nos dábamos cuenta de que usábamos las mismas medias día tras día. Otras veces, no. Se nos cayó la caja de cambios en Puerto San Julián y perdimos señal en una solitaria Navidad en Parque Nacional Monte León, azotados por un viento de 90 km/h, entre guanacos, zorros y pingüinos. Perdimos tracción en un pueblito en la entrada al fin del mundo llamado Tolhuin, un domingo 27 de diciembre. Nos quedamos varados un mes y medio en Ushuaia, donde compartimos unos días con mamá, Moni y Vale. Nos lavábamos el pelo en una palangana azul dentro de una Trafic con agua calentada al sol en botellitas de medio litro de plástico. Conocimos gente, mucha gente distinta e interesante. Y muchos chantas. Muchos. Nuestras prioridades: cargar las compus, rellenar las botellas de agua (sí, las de medio litro de plástico) y ubicar los baños cercanos (estaciones de servicio, supermercados, casinos y bares y restoranes). Cercanos = menos de dos cuadras. Nunca olvidar ir al baño antes de volver a dormir a La Gorda. Nuestra cama mide 1,7 m de largo. Y nuestro colchón apenas supera a un aislante de camping. Vivimos en declive durante 20 días en una inhóspita Ushuaia. Secamos la ropa en la luneta. Cuando hay sol. Perdimos bulones por la 40 y casi se nos cae de nuevo la caja. Fue nesutro karma. Visitamos a Lucho en Neuquén y nos sentimos acompañados. Tuvimos humo blanco dentro del habitáculo, arranques casi imposibles en frío, nevó en verano, trabajamos, llevamos a un alemán de 2 metros hasta Chile, a un yanqui con su ukelele por pueblos perdidos de la 40. Ideamos múltiples modos de muchas cosas: por ejemplo, colgar toallas de las ventanas para evitar que la luz matinal nos despierte, usar las zapatillas de posa-vasos y tantas otras. Extrañamos a nuestra gente y nos sentimos solos. Otras veces, volamos alto sumergidos en la magia de esta vida. Conocimos más mecánicos que pueblos, tocamos más bulones que lagos y aprendí mucho de mecánica. Vivi también. Por suerte, siempre hay más por aprender. Nos llenamos de herramientas. Y las usamos. Vivimos en una Trafic durante meses y nos enamoró. Era un lujo tener un baño a menos  de 1 cuadra. Nos llenamos de polvo una y otra vez y pretendimos limpiarlo. Siempre hubo polvo adentro. Odiamos el ripio. Más, las piedras. Ordenamos y desordenamos mil veces nuestro hogar. Entendimos que el 90% de lo que llevamos es prescindible. Nos sentimos ridículos con las prioridades de la vida tradicional. Pero seguramente las retomemos. No cambiamos nunca las sábanas, pero las lavamos alguna vez. Nos tiró una ráfaga de viento en Torres del Paine y nos llovió hasta el cansancio durante las duras caminatas en este imponente Parque Nacional. Vivi fue feriante con Insieme. Vimos paisajes fascinantes. Glaciares, lagos, montañas. Pero nos apuramos en El Chaltén pese a la magia del lugar y dejamos atrás Bariloche casi sin ver las montañas. Estuvimos a punto de ver la caída del Glaciar Perito Moreno. Llegamos a Esquel de casualidad. Esquivamos los Alerces y Siete Lagos porque La Gorda se hizo protagonista con sus problemas.

No importa. Nada en particular. El paisaje es una excusa para que nos pasen cosas. El viaje somos nosotros, estemos donde estemos. Se trata de lo que soñamos y sufrimos, de lo aprendido y compartido, de las experiencias inigualables e inolvidables. Mañana será Europa y pasado… ¿quién sabe?

En definitiva, creo que se trata de la magia de vivir intensamente.

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Perdiendo bulones por la ruta 40

Después de una noche en la estación de servicio de La Esperanza (sanguche-de-milanga-con-mayonesa-fuera-de-la-heladera), llegamos a El Calafate, tierra de glaciares.

Visitamos un glaciar Perito Moreno imponente, con una atmósfera de inminente ruptura de su singular bloque de hielo.

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Este inconmensurable río de hielo que baja por las montañas cubriendo una superficie equivalente a la ciudad de Buenos Aires expone -en su cara frontal de 5 km- 60 m verticales de hielo, y esconde otros 120 debajo del agua. El dique que formaba al toparse con tierra firme soportaba la presión de 10 m de diferencia de nivel de las aguas: en cualquier momento se derrumbaría.

Rumbo al Parque Nacional levantamos a Andrés, un bahiense que hacía dedo. Con él y sus compañeros internacionales de camping compartimos un asado esa noche. Pegamos especial onda con Richard, el «shanqui», un autodidacta de las lenguas que aprendió a hablar argentino internándose en la selva porteña durante un año.

Contentos con el buen andar de nuestra Gorda, al salir para el Chaltén le agregamos un limpia-inyectores al tanque. A los 100 km nos alegramos de ganar 10 km/h de velocidad: por primera vez en la historia alcanzábamos a fondo los 95 km/h. 🙂

Pasamos un par de días en el hermoso Chaltén, un pequeño pueblo emplazado en un valle, entre montañas, glaciares y lagos. Sol y buen clima nos acompañaron en nuestras caminatas. Soñado.

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Sin embargo, nos invadía -ya desde Ushuaia- el deseo de subir la apuesta. Aunque el entorno era hermoso, necesitábamos algo más. Dejó de ser un delirio la idea de cruzar el charco (y no me refiero a tomar un Buquebus). El plan sería terminar el recorrido por la Patagonia en San Martín de los Andes y de ahí cruzar a Buenos Aires a principios de abril, para -a mediados de mayo- aterrizar en el viejo continente. Por qué no, retomar la vida en motorhome luego de este paréntesis internacional.

Un sutil cambio de planes.

Partíamos de Chaltén muy ilusionados con el trayecto por recorrer: la inhóspita ruta 40 entre el Chaltén y Esquel, y la belleza de los Andes de Esquel a San Martín.

Ahora sí. Abróchense los cinturones.

Tratar de arrancar a la Gorda fue inútil. Sólo respondía con ahogo y un denso humo blanco que empezaba a nublar nuestras ilusiones. Fueron necesarios 8 costosos intentos hasta que arrancó.

¿Será el limpia-inyectores? ¿Combustible sucio? ¿Fundimos el motor al exigirla a 95 por hora?
Temiendo lo peor nos lanzamos a la ruta.

Luego de 100 km de asfalto hasta Tres Lagos recorrimos los inesquivables 70 km de ripio hasta Gdor. Gregores. El peor ripio de la historia mundial: piedripio. Horas respirando una mezcla de humo y polvo nos dejaron con dolor de cabeza y ojos irritados.

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El fucking polvo inundando la trafic

A la mañana siguiente, mover a la Gorda implicó otros 10 intentos de arranque y más humo blanco. Sabíamos que nos separaban de Perito Moreno, el próximo pueblo, unos nada despreciables 400 km.

Internados en las profundidades de la desértica ruta 40 comenzaron los espasmos de la Gorda. El humo blanco ahora entraba en el habitáculo y perturbaba nuestra respiración. El embrague parecía fallar. Nada parecía tener relación. Parecía haber más de un problema.

Estábamos aturdidos.

Cuando el humo blanco se hizo insoportable, paramos a un costado a ventilar la trafic y revisar el motor.

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El desierto de Sahara, un poroto

Decidimos que haríamos una parada en Bajo Caracoles, no más que un paraje. Allí detuvimos nuestro andar, con las últimas bocanadas, para pensar…

Ajústense los cinturones.

Cuando quisimos darle arranque para acomodar la camioneta, el ruido a engranajes raspando nos heló la sangre. Revivimos aquellos días de diciembre, en Puerto San Julián, donde comenzaron los problemas serios, casualmente a estas latitudes pero en la ruta 3.

¿Otra vez se salen los bulones y se cae la caja? Pero, ¿y el humo blanco? ¿Y los espasmos?

Un mar de dudas en pleno desierto.

Sin señal de celular ni internet, el viaje estaba en caída libre.

La gente que se acercaba, vociferando expertos diagnósticos, nos aturdía sugiriendo que vendiéramos a la Gorda.

Neto, el que atendía el minúsculo hotel/restaurante/estación-de-servicio, nos prestó su teléfono de línea. Pedimos un remolque, que llegaría desde Caleta Olivia 7 hs después.

Intentando superar el aturdimiento, nos dispusimos a examinar a la Gorda.

Chequeé aceite de motor, caja y diferencial. Agregué al diferencial hasta que rebalsó. Era inútil. No era eso.

Luego de una hora de trabajo infructuoso debajo de la camioneta, mi mirada se cruzó con un bulón gentilmente apoyado sobre la parrilla de la trafic. De casualidad no se había perdido en el desierto que acabábamos de atravesar, como sí lo había hecho su compañero.

Efectivamente, faltaban los dos bulones del lado del conductor, de los cuatro que parecían sostener la caja.

Aunque la rosca fallaba, puse el único bulón encontrado. Con humo blanco, pero sin ruido a engranaje roto, arrancó. Nuestra caída libre parecía apenas amortiguarse. Cancelamos el remolque para no gastar el único mensual que cubre el seguro. Intuíamos que la situación podía tornarse más crítica y preferimos reservarlo.

Junto a Milla, el policía del pueblo, pasamos la tarde intentando que el bendito bulón ajustara. Aluminio, fastix, teflón. Nada funcionaba. Sabíamos que volvería a caerse. Un bulón flojo y otro faltante no serían suficientes para seguir viaje.

Al atardecer volvió el esperado gomero del pueblo, máxima autoridad en estos temas. El Portugués, un bonaerense sexagenario que había pasado la mitad de su vida en este pueblo, accedió con aires de superioridad a mirar la camioneta. Carentes de alternativa, y entre sonrisas forzadas, tuvimos que soportar sus lecciones de vida. Revolvimos durante horas baldes llenos de bulones. Ninguno servía. Mientras soldaba la mejor opción de bulón que encontramos, el Portugués desafío: «¿sos corajudo?». “¿Qué?”. “Pibe -insistió impaciente-, ¡¿sos corajudo o no?!” “Bueno, supongamos que sí” -le seguí el juego que ni imaginaba dónde terminaría. “¿Sabés lo que tenés que hacer? –sermoneó- A la noche te tirás abajo de la trafic que está ahí y le sacás los bulones.”

No bromeaba.

Estupefacto, luego de unos segundos decliné su propuesta. Todavía atónito, coloqué su injerto reemplazando el bulón que no ajustaba, le pagamos por los servicios prestados y nos fuimos de su taller. Nos sabíamos solos.

Pasamos la noche en el pueblo sin saber cómo amanecería la Gorda.

En el hotel/restaurante/estación-de-servicio intercambiamos asistencia informática por unas duchas calientes (y baño con bidé) que hacía tiempo no gozábamos. Un mega sándwich de milanesa y una cerveza compartida con camioneros distendieron las últimas horas de aquel día en Bajo Caracoles, un solitario paraje de la 40.

Siguiendo con lo que se transformaría en un hábito, el arranque matinal requirió varios ahogados intentos, rodeados del ya cotidiano humo blanco. Así, con más dudas que certezas, nos lanzamos una vez más a la ruta. Espasmos, poca velocidad y una caja que no sabíamos si llegaría sostenida al motor a Perito Moreno, lo más poblado que había en los próximos 200 km. Fuimos a ver directamente al mecánico que nos habían recomendado. El “Chaco” había conocido Perito Moreno hacía unos años en un viaje y había decidido cambiar la densidad del calor chaqueño por los fuertes vientos patagónicos. Entre mates y bizcochos, este corpulento y amable personaje nos ayudó a fijar el bulón de El Portugués (¡que había aguantado!) y agregó el faltante, completando así los 2 bulones por lado que parecían ser los anclajes de la caja al motor. Entre otros ajustes (cambio de arruinados filtros de combustible y aire), el día fue pasando entre visitas a pequeñas casas de repuestos, buloneras, ferreterías y estaciones de servicio. En eso oí un “Hey!”. Richard, el shanki… “¡¿qué hacés en Perito Moreno?!” -no pude evitar exclamar. Cenamos a la noche en su camping y quedamos en llevarlo hasta Esquel, nuestra próxima parada.

A las 8 de la mañana siguiente y con las dificultades ya conocidas para arrancar, retomamos la ruta, confiados de tener los 4 bulones que la caja exigía. Sólo nos quedaba resolver qué pasaba con el arranque y el humo blanco. Hicimos una parada técnica en Gobernador Costa, otro pequeño pueblo entre Chaltén y Esquel. (Momento: imaginen a qué nos referimos si llamamos “pequeño pueblo” a algo entre Chaltén y Esquel.)

Grrrrrrrrrr… Otra vez ruido a engranaje roto al arrancar. Habíamos perdido los 2 bulones problemáticos. N O –  L O – P O D Í A M O S – C R E E R.

¿Mareados por el relato? Yo también.

Todo se derrumbaba de nuevo. Nos sentíamos en la película El Día de la Marmota, donde cada día repite el anterior en un loop tortuoso. Otra recorrida por el pueblo, otro taller, otra tarde entre historias de vida y anécdotas de mecánicos ajustando la fucking caja de La Gorda. Proliferaban las teorías sobre el humo blanco y el arranque casi imposible: desde “son los precalentadores” hasta “inyectores” y “motor jodido”. Una tarde especial, teniendo en cuenta que un yanqui cebaba mate mientras nos deleitaba con las cuerdas de su ukelele y sorprendía a todos en el taller. Situación poco habitual, si las hay. El taller, fundado por el abuelo y que hoy llevan adelante el hijo (Daniel) y el nieto (Pablo), de 21 años, que ajustaba con esmero nuevos bulones. Esta vez, pusimos más atención y descubrimos que los bulones debían ser 6 (2 a cada costado, y 2 arriba, inaccesibles) y que faltaban entonces 4. Pablo se puso las pilas y colocó los 6. La jornada terminó como terminan en estos casos: cenando con Richard en un restorancito de la terminal del pueblo y contemplando el cielo para descubrir estrellas nunca vistas y constelaciones mágicas. Hospedamos a Richard en La Gorda con la esperanza de lograr alcanzar Esquel al día siguiente.

Contra todos los pronósticos, y pese a un nuevo dificultoso arranque, los espasmos se fueron y llegamos a Esquel 🙂 con los bulones en su lugar. El humo que entraba en el habitáculo irritaba una vez más nuestros ojos. Sin embargo, estábamos optimistas. Una vez caliente, La Gorda era un violín, así que decidimos seguir hasta Bariloche para parar la pelota y ver cómo seguir. Ya iba quedando claro que intentaríamos volver a Buenos Aires ni bien La Gorda nos lo permitiera.

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En El Bolsón nos despedimos de nuestro amigo

En una hermosa y poco poblada Bariloche pasamos 3 noches sopesando opciones, haciendo averiguaciones y… viendo mecánicos. Ya se imponía la moda de arrancar La Gorda cada menos de 6 horas y tapar el motor con cartones/diarios para evitar que se enfriara y complicara el arranque. Esto implicaba dormir 6 horas como máximo. No era ideal pero funcionaba. Arreglamos el caño de escape (un sonajero pinchado) que era el motivo del humo en el habitáculo. Ya respirábamos bien.

Cansados de recorrer mecánicos todo el día, y con más dudas que certezas, nos sentamos frente al lago a ver el atardecer sobre el Nahuel Huapi.

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Belleza y dudas

Emocionados. Llenos de contradicciones entre las ganas de seguir y la inminente vuelta. Con lágrimas en los ojos, decidimos que era tiempo de cerrar esta etapa. Cambiamos el plan de visitar un mecánico al día siguiente para probar precalentadores, inyectores, etc. etc. “Anda. No la toquemos”, acordamos. Nos lanzaríamos temprano a ruta rumbo a Neuquén. El arranque dificultoso podría sortearse evitando que se enfriara. La mugre que levantó el limpia-inyectores (y suponíamos responsable de los espasmos) parecía haberse disipado y sólo debían estar dañados los precalentadores. Podríamos solucionarlo una vez en destino. La caja y sus bulones estaban en su lugar. Un optimismo tibio nos devolvía la esperanza.

El 8M llegamos con los 6 bulones a Plottier (Neuquén) a la casa de Lucho (Bossotto) y Romi. Nuestra suerte parecía mejorar. Pasamos 2 días entre asados, pileta y revisión de La Gorda con el sabio Lucho. Compartimos charlas y anécdotas con nuestros geniales anfitriones, que nos dieron una buena inyección de energía. El 10M, luego de desayunar y despedirnos, retomamos el camino. Sólo faltaban algo más de 1100 km. Pero debíamos atravesar la solitaria “Ruta del Desierto” entre 25 de Mayo y Gral. Acha: 300 km en línea recta por la pampa criolla. Pasamos la última noche en un YPF en la circunvalación de Santa Rosa, faltando sólo un tirón de 600 km a CABA.

El último día nos encomendamos a todo lo existente para que la Gorda no nos abandone: queríamos llegar. El punto clave era llegar a estar a menos de 300 km de Bs. As.: esa distancia era la que nos cubría el seguro si necesitábamos un remolque. Si nos excedíamos, deberíamos pagar $20 por km adicional… demasiado para nuestras intenciones.

Con la suerte de nuestro lado, llegamos sin inconvenientes después de 10 hs de ruta a la ciudad de la furia, los bocinazos y los grandes edificios, felices de reencontarnos con nuestros afectos, que nos reciben con los brazos abiertos.

Ya tenemos pasajes para el viejo continente: 3 meses entre couchsurfers (gente que hospeda de onda: couchsurfing.com), visitando las principales capitales de Europa y otros rincones. A pesar de la angustia bulonera, ya estamos pensando en cuál será la próxima ruta a recorrer con La Gorda.

¡Qué linda vida tenemos!

 

 

 

 

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Subiendo a las Torres del Paine

Dejando atrás el fin del mundo

La semana que transcurrió desde que salimos de Ushuaia hasta que llegamos al Parque Nacional Torres del Paine (Chile) incluyó a Robin –el-alemán-de-2-metros-con-la-rodilla lesionada- como polizón de la Gorda.

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A punto de dejar la isla de Tierra del Fuego, después de un mes y medio

Una vez que ingresamos al país vecino nos dirigimos a Punta Arenas, ciudad conocida por su zona franca. Pasamos dos días y medio “de shopping”, adquiriendo a bajos precios todo lo que necesitábamos para el proyecto-trekking, y varias herramientas para seguir de cerca la evolución de la Gorda.

La siguiente parada fue Puerto Natales, la antesala del Parque Nacional.

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Amanecimos con un arcoiris

Ahí nos ocupamos de los últimos preparativos: compramos la comida necesaria para la travesía, y buscamos por cielo y tierra una herramienta que se hacía desear: una llave “que es como una alen pero de punta cuadrada” para sacar el tapón de la caja y chequear el aceite. Imposible de conseguir. ¿La solución? Recurrir a un tornero para que nos la fabrique a medida.

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El tornero en acción

Pensando en el Parque Nacional Torres del Paine

Yo no había oído hablar de este lugar más que por algunos viajeros con los que nos habíamos cruzado en Ushuaia. Todos lo describían maravillosamente: un lugar espectacular para hacer trekking. Fla ya estaba –por supuesto- entusiasmado con la idea de hacer una caminata de varios días, llevando todo lo necesario para acampar. A mí la idea –por supuesto- me asustaba un poco: caminar no es lo mío, llevar mucho peso tampoco, y el frío menos. Veremos, pensaba…

Recorriendo con la Gorda

Los primero dos días en el parque hicimos recorridos con la Gorda (y Robin), y pequeñas caminatas en distintos puntos del lugar.

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Vista impresionante desde el Mirador del Cóndor: laguna color esmeralda

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¡Cómo amo a los guanacos! ¡Qué ganas de abrazarlos!

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Cascada impresionante con las Torres del Paine de fondo

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Laguna azul

La idea de hacer un trekking de varios días ya me estaba entusiasmando.

En función de las averiguaciones sobre las alternativas, comenzamos con los preparativos.

Decidimos hacer el trekking “W”, por ser algo más corto y menos complejo que la “O”. (Las dos opciones deben su nombre a la forma que dibuja el recorrido.)

Como algunos de los campings que comprendían ese circuito requerían reserva previa, y estaban llenos para los días que queríamos, decidimos “partir la W”: arrancarla por una de las panzas, hacer todo el recorrido, y al final hacer la “pata” faltante.

El momento de armar el “equipaje” fue parte de la aventura. En Punta Arenas nos habíamos equipado bien: carpa óptima para zona de viento, mochila “de mochilero” (que llevó Fla), palos de trekking (para ayudar a los cuerpitos a bancar el esfuerzo), mini-cocina de camping, garrafita, marmita para dos, ropa adecuada (rompevientos, gorro y otras cosas para mí, zapatos de trekking para Fla)…

Y en Puerto Natales habíamos comprado provisiones para muchos días: cuscús, polenta, avena, cereales… Todo nutritivo, y eficiente en cuanto al peso y al tiempo de cocción.

¡Qué ganas de empezar con la aventura!

Trekking

Día 1

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Arrancamos tempranito. Nos esperaba todo un día de caminata: 5 horas hasta el refugio Cuernos, y 2 horas más hasta el Francés, donde haríamos noche.

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El comienzo de la caminata fue menos duro de lo que pensaba. El peso de la mochila casi no influía, y el clima era variante (llovizna, sol, nubes, fresco) pero ameno.

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Fla a punto de hacer una foto 360 desde el puente colgante

Las cosas cambiaron cuando, después de ese puente, llegamos a la cima de una pequeña montaña y una sorpresiva ráfaga de viento nos tiró al piso con mochila y todo marcando nuestros brazos con algunas lastimaduras para el recuerdo.

Seguimos camino con algo de miedo: cada vez que oíamos soplar el viento, nos agachábamos para que no volviera a sorprendernos.

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La parada que hicimos en el refugio Cuernos fue reparadora: comimos avena con chocolate, y una viajera nos regaló un sándwich de queso. Dormí una breve siesta tirada en un banco, tomamos café y salimos nuevamente, con energía renovada.

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La inmensidad

Cuando llegamos al Francés, sorteamos las infaltables dificultades (había que reservar, nadie nos lo había dicho, no había más lugar sobre las plataformas, nos ofrecen un lugarcito entre los árboles), armamos la carpa, nos duchamos, devoramos una excelente polenta (toda ingesta es E X C E L E N T E cuando se está agotado) y nos fuimos a dormir. ¿Cómo estaba la carpa? ¡En declive! Costó decidir si convenía tener hacia arriba la cabeza o los pies (que estaban ultra cansados y doloridos).

Día 2

El despertar fue bastante desalentador. Había llovido durante toda la noche, y seguía lloviendo. Hacía mucho más frío que el día anterior. Habíamos dejado algo de ropa afuera: estaba empapada. Fla desarmó la carpa bajo la lluvia. Desayunamos con café calentito, y nos dispusimos a salir.

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Lo bueno era que el plan del día suponía caminar un par de horas hasta el Camping Italiano (donde sí teníamos reserva), armar ahí la carpa y dejar las cosas, y luego hacer una subida hasta un glaciar por la “pata interna” de la W más livianos de equipaje.

Lo malo era que seguía lloviendo y todo estaba embarrado y lleno de agua…

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Cuando llegamos al Italiano había parado de llover. Seguimos el plan tal lo previsto: armamos la carpa y emprendimos la subida.

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El recorrido suponía atravesar bosques y cruzar ríos. Toda una travesía…

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Mientras avanzábamos comenzó nuevamente la llovizna, y la temperatura parecía descender. Quizás por la proximidad con el glaciar… quizás por la fucking lluvia…

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Cuando llegamos al mirador del glaciar (el camino que seguía hasta la cima estaba cerrado por mal tiempo) se largó la tormenta y nos agarró por sorpresa. Nos cubrimos con lo que pudimos para tratar de disfrutar de la cercanía con el glaciar… pero fue imposible.

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Pocos instantes después comenzamos la bajada para ponernos al reparo, aunque sea bajo los árboles. La lluvia nos acompañó todo el camino hasta el camping. Los ríos que habíamos cruzado al subir habían crecido. Había que caminar con los pies en el agua. Las capas de lluvia se rompían por el viento. Llegamos empapados… la ropa, mis zapatillas, la mochila y todo lo que tenía adentro…

El resto del día lo dedicamos a comer, descansar y poner a secar todo lo que se había mojado… ¡pero no había dónde! Logramos que los guardaparques guardaran en su casa mis zapatillas, esperando que estuvieran secas por la mañana.

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Anochecer de un día agitado

Día 3

Un nuevo despertar, igual de desalentador. La lluvia no había parado. La carpa se había convertido en un ténder de ropa que no se secaría nunca. Por suerte mis zapatillas sí estaban listas (o casi) como para seguir viaje.

Decidimos ser precavidos ante la posibilidad de la lluvia eterna: aseguré una bolsa plástica alrededor de mis piernas con cinta de embalar, a modo de pantalón impermeable.

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Al ver el espectáculo, se acercó un “gringo” y nos regaló una capa para lluvia que tenía de sobra. “Es patético”, dijo, señalando mi pantalón-último-modelo. Y bue, parece que se nota que andamos necesitados…

Emprendimos la caminata entre bosques, y caminos con charcos cada vez más grandes.

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La caminata del día era relativamente corta: 3 horas hasta el refugio Paine Grande.

Pero el cansancio acumulado, el peso de las mochilas y el clima hostil hicieron que pareciera más largo de lo que era.

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Llegando a Paine Grande

Nos aconsejaron que armáramos la carpa cerca de los cerros porque se venían tiempos ventosos. Nos duchamos (con agua casi fría), comimos, y nos metimos en la carpa a descansar (donde algunas prendas seguían tratando de secarse).

Día 4

El plan del día era dejar la carpa armada con nuestras cosas adentro, y hacer una caminata bastante ardua hasta el Glaciar Grey. Ida y vuelta supondrían 8 hs, aproximadamente. Y a las 18.30 partía el último catamarán que nos llevaba de vuelta a La Gorda (bus de por medio). Por ese motivo, la idea era arrancar bien temprano, de manera de llegar a tomar el catamarán.

Pero el despertar fue el más desalentador de todos. La noche fue imposible. Tal como habían pronosticado, el viento sacudió la carpa toda la noche y nos impidió descansar. Por momentos, nos despertábamos ensordecidos por una nueva ráfaga que empujaba la pared de la carpa sobre nuestras caras. La lluvia también seguía, y la temperatura había bajado aún más.

Me llené de dudas. Realmente estaba cansada de la hostilidad climática, y pensar en hacer una caminata dura y apurada por el horario no me motivaba. Pero era frustrante pensar en abandonar el proyecto. Barajamos varias ideas, como que fuera Fla solo y yo lo esperara en el refugio todo el día…

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Dudando… ¿qué haremos?

Finalmente, después de mucho cavilar, decidimos suspender la subida y volver a nuestra querida Gorda. Como bien dijo Fla, todavía nos queda mucho viaje por delante (por empezar, la visita al Glaciar Perito Moreno). Además, todavía quedaba una pata de la W por recorrer.

Así que desarmamos todo (bajo la lluvia, nuevamente) y emprendimos la vuelta.

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No somos los únicos esperando el catamarán con ansias (y viento, viento…)

Reencontrarnos con la Gorda fue fenomenal. Dedicamos el resto del día a reponernos y a recorrer proyectos futuros.

Día 5

El amanecer fue espectacular. No había llovido (parece mentira) y hacía un lindo día de sol.

Habíamos decidido que Fla iría solo al último trekking: era bastante arduo, y tenía ganas de hacerlo a su ritmo. Yo ya no estaba tan motivada como para acompañarlo, y la idea de quedarme todo el día en la trafic, tranquila, resolviendo varias cuestiones pendientes, me hacía ilusión.

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Por supuesto, Fla hizo todo el recorrido (subida y bajada a las Torres del Paine) en la mitad del tiempo previsto. Y llegó con todas las pilas para seguir viaje a nuestro próximo destino: El Calafate.

¿Cuál fue el balance de la experiencia? Excelente. Jugué a ser mochilera por unos días. El clima hostil no logró desdibujar nuestras sonrisas.

¡Acá van más fotos!

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¡Realmente había muchos guanacos!

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Felicidad

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En declive en el fin del mundo

Lo que no les contamos hasta ahora fue que el día que pudimos sacar la trafic del taller, ya arreglada, la mismísima noche que el mecánico se iba de vacaciones por un par de semanas… La estacionamos en la puerta del departamento que alquilaban las madres, y cuando, a la mañana siguiente nos disponíamos a llevar a mi mamá al aeropuerto, detectamos una gran mancha de aceite debajo de la Gorda…

Luego de cavilar bastante, decidimos no moverla y esperar a que el mecánico regresara de sus vacaciones (cosa que de todos modos pensábamos hacer para unos últimos ajustes) para que le echara una mirada y solucionara el tema del aceite: era demasiado riesgoso ponerla en marcha.

Es por eso que la Gorda quedó estacionada sobre la misma calle donde la dejamos, con  una particularidad muy particular: estaba en declive.

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El fucking declive

Era imposible dormir sin rodar, apoyar una taza sin volcar su contenido, abrir el portón lateral y mantenerlo abierto… Mi tobillo esguinzado no contribuía a la estabilidad…

El baño más cercano era el del supermercado La Anónima, a tres cuadras. Ahí concurríamos casi todas las mañanas, al despertar… Otras veces recurríamos al baño del free shop de la calle principal, o al del casino, que abría a las 10 de la mañana…

Así vivimos hasta que, más de dos semanas después, volvió el mecánico de sus preciadas vacaciones y diagnosticó el origen del aceite: debido al problema original de la caja, un retén (¡!) se había dañado. Había que cambiarlo… y no se conseguían los repuestos en la isla, por supuesto. Cuando llegó, unos días después, el deseado repuesto desde Buenos Aires (¡gracias Bruno!), Fla llevó a la Gorda al taller mecánico y juntos arreglaron el desperfecto. Y así volvimos a la horizontalidad… ¡Qué fácil es la vida ahora!

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Horizontalidad y simetría

Por supuesto que los problemillas de la Gorda no se terminaron con el declive…  Faltaba todavía que aparecieran las dificultades para lograr alinear las ruedas delanteras (cosa que finalmente logramos con la ayuda de Mati y sus hilitos), para conseguir los dos bulones faltantes en la caja (y que hubo que mandar a comprar en Río Grande), la no concreción de la idea de ponerle un chapón debajo del cárter, la rotura del pitutito que permite acelerar (y su reparación con uno o dos precintos), etc., etc…

Pero, finalmente, la Gorda está lista para partir, a casi un mes y medio de nuestra llegada a Ushuaia en remolque…

¿Qué pasó en el medio? ¿Qué hicimos cuando dejamos de tener visitas?

El primer día que estuvimos solos conocimos El Vagón, un bar totalmente asemejado a un vagón de un tren, y al andén que lo acompaña. Con sus meriendas impresionantes, se convirtió en un centro de experiencias para nosotros…

Por un lado, ahí estábamos cuando nevó, en pleno verano…

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Por otro lado, El Vagón se convirtió en uno de nuestros clientes. En nuestra estadía forzada en Ushuaia, una de nuestras principales actividades fue patear la ciudad para ofrecer una web súper copada y moderna a un precio promocional. (Aquí nuestro modelo.)

Además del Vagón, a quien le hicimos la web y la fotografía (ver elvagonusuahia.com.ar), trabajamos con algunos hoteles de la zona, y así intentamos recuperar la plata invertida en los arreglos de la Gorda…

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Backstage

¿Dónde laburábamos? ¡En El Vagón! Este bar se convirtió en nuestra oficina… Casi todos los días pasábamos largas horas ahí, disfrutando de sus delicias, y compartiendo risas con los camareros…

Así conocimos a Alessandra, una camarera italiana que hace las temporadas de verano en Ushuaia junto con su pareja, Mati, un mendocino-guía-de-montaña, que trabaja en Noruega durante la temporada de verano europea.

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Con Alessandra en Laguna Esmeralda

Ella nos invitó a sumarnos a los encuentros semanales de couchsurfers (personas que se hospedan en casas de locales, o que ofrecen su casa a viajeros) de Ushuaia. ¡Qué gente copada! Al conocer nuestras desventuras y nuestra vida en el declive (y sin baño), muchos de ellos nos ofrecieron sus instalaciones sanitarias como granito de arena para facilitarnos la existencia.

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Miércoles de couchsurfers en el Temple Bar

Así es que fuimos a la casa de Lorena, una viajera experimentada recién mudada a la ciudad del fin del mundo, que nos esperaba con comida o merienda y la ducha lista. También visitamos la casa enorme de Dolo-Roque-Mechi: casa de Dolo y Roque, en realidad, con Mechi de visita hace varios meses, Roque de vacaciones por un par de semanas, y madre-de-Dolo de visita casual. Habituados al couchsurfing, nos invitaron a usurpar su casa (la cual permanecía abierta -sin llave, puerta a la calle, sí, sí- durante el día, a pesar de estar vacía). Así que íbamos, nos duchábamos, lavábamos la ropa, cargábamos los equipos electrónicos… muchas veces en absoluta soledad, y muchas otras compartiendo momentos con los integrantes estables del hogar.

Ahí fue donde organizamos nuestra despedida de la ciudad, cuando la Gorda estuvo lista para partir, curry de por medio…

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¡Gente linda! ¡Gracias por las duchas!

 

Y finalmente… nos vamos de Ushuaia… Sensación agridulce: ganas de seguir viaje, y nostalgia por nuestra mini temporada en el fin del mundo…

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Rumbo norte

Y la yapa a todas las locuras ushuaienses: nos vamos con un alemán de 2 metros como polizón… Robin está recorriendo Sudamérica, pero se lesionó la rodilla y tiene que esperar a que se recupere antes de poder hacer trekking… Así que en lugar de ir a Calafate (su próxima parada) en avión, se va con nosotros para “hacer tiempo” hasta volver a estar en forma para la actividad de montaña. ¡Nuevas experiencias, allá vamos!

 

¿Más fotos?

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Vinieron los Reyes: en el tacho de al lado dejaron un montón de cosas reutilizables (Nótese el mega-crucero al fondo)

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Las agarramos, obvio

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Paseando en bici

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El Dublin, un clásico súper recomendable

 

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Felices con la nieve

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Con los amigos camareros de El Vagón

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Fla en su oficina horizontal

 

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Ushuaia corazón

Más allá de las desventuras, pasamos momentos geniales en la ciudad del fin del mundo. Nuestra estadía se extendió más de lo previsto, y contó con una etapa de visitas y otra en la que nos quedamos solos.

La primera que nos visitó fue mi mamá, que llegó en los últimos días de diciembre. Con ella hicimos caminatas bordeando el Canal de Beagle (sobre el que está asentada la ciudad) en ambas direcciones: hacia la derecha rodeamos la Bahía Encerrada, pasando por el barrio histórico, y hacia la izquierda atravesamos la zona industrial y llegamos a la bella Playa Larga.

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Bahía Encerrada

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Playa Larga (y la cara de Fla también)

Recorrimos la ciudad y los alrededores, agradeciendo encontrar en múltiples rincones a los bellos lupinos, esas flores alargadas y coloridas tan particulares que son las favoritas de mi mamá.

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Lupinos corazón

 

Tomamos café en distintos bares del lugar, como era de esperarse.

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El tradicional «Ramos Generales»

 

Decidimos pasar la última cena del año en el departamento que alquilaba ella (y que nosotros invadimos debido a los desperfectos de la Gorda), y en todo caso salir después de cenar a disfrutar de aquello tan ansiado, que había servido de brújula para esta parte del viaje: fin de año en el fin del mundo. Cocinamos pastas, escapando a las tradiciones findeañeras, y brindamos con champagne. Después de las 12, recorrimos la ciudad… ¡y la encontramos prácticamente vacía! Volvimos al hogar, y arrancamos el año jugando a los dados, como corresponde.

Ya esguinzada, recibimos a Nora y Vale, mamá y hermana de Fla, respectivamente (para los despistados). Visitamos el famoso Presidio de Ushuaia, donde estuvieron alojados el Petiso Orejudo y el anarquista Radowitzky. (¿Más info? Click aquí.)

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En el Presidio del fin del mundo

Dada la imposibilidad de contar con la Gorda para trasladarnos, alquilando un auto pudimos llegar a hacer un picnic frente al Lago Escondido antes de que se largue la lluvia.

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Tan escondido no estaba porque lo encontramos…

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¿Por qué me agacho en las fotos? ¿A quién creo que tapo?

Pasamos un día entero recorriendo distintos senderos del Parque Nacional de Tierra del Fuego, y llegamos a la Bahía Lapataia, donde finaliza la Ruta Nacional n° 3.

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Lástima que no llegamos hasta ahí con La Gorda…

Y, claro, también caminamos por el centro de la ciudad y visitamos distintos puntos gastronómicos.

Finalmente, cuando ya se habían terminado las visitas familiares, y nosotros retornábamos a la Gorda como morada, llegó Mariano “Macana” Folino a pasar un finde en la ciudad del fin del mundo.

Cenamos en un clásico “bodegóun”…

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Foto para «lo pibe»

Y visitamos, claro, el Parque Nacional… por segunda vez nosotros, y aprovechamos a recorrer senderos aún desconocidos.

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Payaseando somos felices

Entre otras cosas, bordeando el lago Roca llegamos al límite con Chile.

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Capturando el momento en una foto de perfil

El día de la despedida, Fla y Mariano subieron hasta el Glaciar Martial (mi esguince no me permitió acompañarlos).

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¡Qué vista!

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Fríoooo

¿Qué hicimos cuando nos quedamos solos? Puffff… ¡Estén atentos al próximo post!

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¿Quieren más fotos? Acá vannnnn…

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Lo encerraron

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Pretende escapar…

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Buscando ayuda en la hermana

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Tratando de convencer al guardiacárcel

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Petisas orejudas

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Seduciendo al anarquista

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Sur, paredón y después…?

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Cuando la desventura forma parte de la aventura (parte II)

Varados en Tolhuin el 27D… A menos de 24hs de la llegada de mi mamá a Ushuaia a visitarnos por unos días y compartir fin de año… Ufa. Nos acercamos a unos muchachos a preguntarles si había un taller mecánico abierto. Domingo, difícil. Claro… Ufa. Se ofrecieron a mirar ellos mismos el motor de la Gorda. Por suerte, sabían de mecánica. Debe ser la caja… O el embrague… Qué garrón… O quizás una simple varilla… ¡Ojalá! Mmmm, no, parace que no. Parece grave. Ufa. En fin. Llamamos al seguro para que nos remolque a Ushuaia. Para algo lo tenemos. Hola, sí, te llamo desde Tolhuin… OK. Dentro de las 2 hs nos llamarían para informarnos los resultados de su gestión… Ufa.

Mientras, voy al súper, y Fla conversa con otros lugareños que nos hacen pasar a su casa. Alguien nos avisa que una grúa del A.C.A. estará en la zona por otro desperfecto. ¡Bien! Seguro que el seguro (cuac) los contacta para que nos asista a nosotros también.

Pasadas las 2 hs recibimos noticias: el seguro no consigue remolque en Tierra del Fuego para ese domingo. Ufa. Pero quizás para el lunes sí. Nos ofrecen pagarnos una noche de hotel (¡¿en Tolhuin?!). No es una opción, le decimos. Tenemos que estar en Ushuaia antes de las 8 am para recibir a mi mamá. Ufa. Nos sugieren entonces que consigamos una grúa nosotros mismos (¡¡¿¿en T o l h u i n??!!) y abonemos el servicio. Luego sería reintegrado. En ese momento nos cruzamos con la grúa del A.C.A. Le contamos la situación. No puede acarrearnos. Ufa.

Tras nuestra insistencia, nos ofrecen otros contactos para conseguir remolque… Damos con Pablo, de las Grúas Alem. Está saliendo de Río Grande, y en su camino a Ushuaia pasará por Tolhuin… ¡y puede remolcarnos! Nuestra suerte parece comenzar a cambiar.

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Remolque por fin

Luego de 1 hora y media de esa comunicación (y de 5 en total desde el desperfecto), llega Pablo, carga a la Gorda, y partimos rumbo a Ushuaia, adonde finalmente llegamos alrededor de las 9 pm del 27D. El arribo no es como lo habíamos soñado, pero llegamos al fin…

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Llegando en grúa

Durante el viaje, aprovechamos para pedirle a Pablo (quien resultó súper copado) recomendaciones sobre qué hacer en la ciudad, y un dato fundamental: a qué mecánico llevar a la Gorda… Decidir esto durante el trayecto era fundamental: donde la grúa nos dejara, se erigiría nuestra morada.

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Con el copado de Pablo

Entre los mecánicos conocidos, Pablo sugiere dejarnos frente al taller de Luis. Si bien queda lejos del centro -lo cual dificultaría la logística para encontrarnos con mi mamá a la mañana siguiente, e ir y venir en los días sucesivos-, tiene como ventaja que se trataba de un taller con varios empleados -lo que facilitaría su arreglo en un tiempo poco prolongado-. Aceptamos.

Llegamos. ¡Por fin! Terminó el periplo, pensamos… En el momento en que Pablo termina de descargar a la Gorda frente a lo de Luis, una persona que justo pasa por ahí nos avisa que Luis se había ido de vacaciones… (La cara de Pablo no tiene precio.) Ufa, otra vez.

Vuelta a subir a la grúa, y a dirigirnos al mecánico nro 2 en la lista de recomendados de Pablo: Carlos. Si bien Carlos trabaja en Renault (ubicada en el centro) y es especialista en cajas, probablemente disponga de poco tiempo para dedicarnos… No hay más alternativas. Aceptamos.

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Bajando de la grúa, definitivamente, frente a Renault

¡¡¡A la mañana siguiente llegó mi mamá!!! Por obvias razones no pudimos ir a buscarla al aeropuerto, pero nos encontramos con ella a poco de aterrizar y comenzamos a compartir y disfrutar…

Con respecto a la Gorda, fueron días de alternativas sucesivas y agotadoras… Carlos accede a ocuparse, en su tiempo libre, con la asistencia de Fla. La llevamos a casa-taller en grúa. Su primer diagnóstico confirma que la caja está dañada y hay que reemplazarla, trayendo un repuesto desde Buenos Aires en camión. Ufa. Gran costo económico. Probablemente podría entonces repararla a la vuelta de sus vacaciones, a fin de enero. Ufa. Lo más grave sería no contar con la Gorda como “casa”: eso supondría que deberíamos pagar alojamiento… Comenzamos a vislumbrar que nuestra estadía en Ushuaia se prolongaría más de lo previsto, y empezamos a considerar la posibilidad de conseguir trabajo. Sacan el motor. No es la caja. Es el embrague: se había casi desintegrado, producto de nuestro anterior problema con la caja (en Puerto San Julián, relatado hace 2 posts). Haby que cambiarlo, junto con otras partes de la Gorda, para dejarla pipí-cucú. Por si no se conseguían en Ushuaia, averiguamos en distintas casas de Buenos Aires si disponían de todos esos repuestos: Nora y Vale podrían traerlos consigo. Los conseguimos. Los encargamos. Pero Carlos los consiguió en Ushuaia. Los cancelamos, con excepción de la “junta del cárter”, que había que cambiar. La trajeron, pero finalmente no fue necesario que cambiarla…

Mientras la cura de La Gorda parece estar por concretarse (y ya disfrutamos de la visita de mi mamá, Nora y Vale, y esperamos la de Mariano “Macana” Folino, que compartiremos en otro post más alegre que el presente), otra desventura se acercó a nuestra puerta: el 1ro de enero, arrancando el año de manera contundente, me esguincé el tobillo izquierdo caminando por el centro… Varios días de reposo me esperaron, pata en alto, frío, compresión, antiinflamatorios…

Y sí: ufa.

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Comenzando el año con mala pata

En fin. ¿No querían aventura?

Y lo que todos se preguntan: ¿habrá una “parte III”?

 

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Cuando la desventura forma parte de la aventura (parte I)

Partimos de Madryn el 21D con destino «final» Ushuaia para pasar fin de año con Mónica, la mamá de Vivi, que llegaba el 28D por la mañana. El 3E se sumarían Vale y mamá. ¿Qué «hacer» en el medio? Parque Nacional Monte León. 60000 parejas de pingüinos, pumas, guanacos, zorros, aves de todo tipo… estepa y mar, viento y acantilados, lobos marinos. Una Navidad, como poco, especial.

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Estepa y mar

Momento. Rebobinemos.

Noche del 21D en Caleta Olivia… El 22D empieza el «Baile de La Gorda». A 300km de Caleta paramos en la YPF de Puerto San Julián… y todo se fue al tacho. Rrrrrrrr, engranajes raspando… mal. Conseguimos un mecánico al que le comenté que podían ser los bulones que ajustaban la caja al motor. El volante del cigüeñal debía estar rozando el diferencial. Efectivamente, estaba la caja suelta. S U E L T A. Mucho traqueteo, mal ajustada al partir. La re-buloneó, agregó aceite al diferencial, traspiramos mucho… muuucho… pero pudimos seguir, luego de abonar un monto razonable. El ruido se fue. ¿Sería suficiente? Partimos preocupados…

Retomemos.

Llegamos a Parque Nacional Monte León. Se trata de una Estancia adquirida por Douglas Tompkins en 2001 a través de The Patagonian Land Trust (después de vender The North Face) y donada al Estado argentino.

Había un camping en el que esperábamos fogones, risas, guitarreada para nuestra Nochebuena… Pero. No. Estábamos «ol aloun» (sin contar a la pareja que atendía el camping y al guardaparques). Fascinante.

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Banco solitario

El 23D fuimos, entre guanacos, en bici a la pingüinera, a la lobería y a la «Cabeza de León», una roca-tipo-esfinge que da nombre al Parque.

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Pingüinos dando de comer a sus pichones

El 24D disfrutamos el día entre paseos por el solitario y misterioso «fondo marino» descubierto cada 6hs por la marea baja (zona intermareal), entre fósiles de cangrejos gigantes, miles de mini-mejillones incrustados, «papas de mar», soledad, isla y otras rarezas.

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Zona intermareal

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Al fondo, la isla. Durante la bajamar, se puede acceder a su base caminando.

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Cueva en los acantilados, tapada por el mar durante la marea alta

Azotados por las ráfagas de hasta 90km/h que visitaban la zona, caminamos todo lo que pudimos. La Gorda, cual cuna histérica de ráfagas, protegió, como pudo, nuestro descanso. Y así pasamos la Nochebuena de 2015.

El 25D amaneció calmo y nos permitió retomar el asfalto, no menos poblado de imprudentes guanacos que salían a cruzarlo a nuestro encuentro. Locos. Loco.

Cargamos combustible en Río Gallegos y seguimos hasta cruzar a Chile y llegar a Punta Delgada, donde el transbordador nos llevaría a Bahía Azul, Tierra del Fuego.

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En el transbordador, cruzando Magallanes con la Gorda

Fascinados con el camino y el destino que se aproximaba (446 km al «fin del mundo»). Nuestro objetivo del día: cruzar nuevamente a Argentina y hacer noche en el pueblito San Sebastián. Efectivamente, luego de 3hs y más de 100km de ripio duro, cruzamos nuevamente a nuestro país y nos dirigimos a San Sebastián: una YPF en el puesto fronterizo lado argentino. Just that. Polenta «a la Gorda style» y a dormir. El 26D arrancamos con calma dado que ya sólo quedaban 300km hasta Ushuaía, donde el 28D llegaba Moni. Sin pausa pero sin prisa. Pasamos el día y la noche en Río Grande, a 220m de Ushuaia y el 27D zarpamos a media mañana, luego de nuestra primera ducha en YPF (y primera desde Mar del Plata), rumbo al destino más austral del viaje. Con la tranquilidad de sabernos exitosos de cumplir en recibir a la suegra al día siguiente, a 100km de Ushuaia decidimos parar a conocer (ya que sobraba el tiempo) Tolhuin, un pequeño pueblo simpático. Salimos de la ruta y por un irregular camino de tierra entramos a un solitario Tolhuin, 60…40 km/h…20km/h, meto 2a para acercarnos al cordón. Y ahí, sumergidos en la nube de ese polvo seco arrancado de la siesta, en el esperable silencio de este tiempo-espacio, La Gorda nos abandona. Desdibuja nuestra sonrisa. Inútil acelerar o hacer cambios. Sólo el ruido del motor y la textura del polvo entre los dientes. Capricho del destino, nada tracciona a nuestra querida e incansable compañera de ruta. Detenidos sobre el polvo sobrante que volvía mansamente a posarse sobre el camino, en una calle desconocida de un pueblo remoto de una isla remota en un país remoto. Luego de más de 3300km, a sólo 100 irrelevantes kilómetros de Ushuaia donde en horas aterrizaba Mónica. Un domingo 27 de Diciembre en Tolhuin, durante la siesta. Sin tracción. Y acá empieza una nueva y totalmente inesperada historia. Pero eso ya es parte del próximo post.

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Pocas ballenas, mucha magia

Dejamos Las Grutas y nos dirigimos sin demasiadas expectativas hacia la zona de Península Valdés (¿cómo será?).

Sabíamos que en ese lugar “se veían ballenas”, pero también que ya había pasado la principal época de avistaje (ufa). De todos modos, como nos quedaba de camino, rumbo sur, se convirtió en una parada obligada (y bue, y sí, vayamos).

Así, sin mucha idea, nos dirigimos en primer lugar a Puerto Madryn. Nos encontramos con una ciudad emplazada en un golfo, bordeada por una playa que sólo puede envidiarle las olas a la de Mar del Plata (guau).

Luego de la primera noche y algunas dudas -relacionadas con el trayecto a recorrer con La Gorda y el estado de los caminos (mmmm… ¿valdrá la pena?)- decidimos dirigirnos hacia Península Valdés, nuevamente sin saber qué esperar, más que el avistaje de alguna comunidad animal (¡ojalá!), según la información recibida.

La travesía comenzó augurando lo que caracterizaría toda la estadía: magia. Una intensa lluvia acababa de terminar, y un hermoso arcoíris de desplegó en el horizonte, formando una especie de marco que nos recibía en nuestro ingreso a la península (guaaaaaauu).

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El punto urbano de la península es Puerto Pirámides, un pueblo pequeño, precioso (mágico), ubicado sobre el mar, entre acantilados. El atardecer nos recibió brindándonos postales inolvidables (¿puede ser cierto todo esto?).

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Los primeros paseos fueron a pie.

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Por la mañana, una caminata entre las colinas camino a la lobería nos regaló paisajes llenos de inmensidad, difíciles de captar en una fotografía.

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Mientras saludábamos a los pocos lobos marinos que se encontraban echados (como de costumbre) en la restinga (palabra nueva para nuestro diccionario), pudimos vislumbrar a lo lejos (¡qué afortunados!) la cola de dos ballenas que salían a la superficie y volvían a caer sobre el mar… (¡splash!)

Por la tarde, un paseo por una playa desolada, inmensa y con marea baja, nos permitió visitar unas cuevas naturales formadas debajo de los acantilados.

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Al día siguiente recorrimos con La Gorda los caminos de ripio de la península sin complicaciones (ufff, qué alivio) y visitamos los asentamientos de (pocos) elefantes marinos y pingüinos (¡cómo me gustan los pingüinos!).

IMG_20151216_151440780_HDR.jpgNo tuvimos suerte con las orcas: mientras estuvimos allí, no se acercó ninguna a comerse crías de elefantes marinos (menos mal, suspiré…).

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Nos despedimos de la península sintiendo que nos habíamos dedicado a contemplar paisajes inolvidables, inmensos, imponentes, volviéndonos parte de ellos (¡qué suerte que vinimos!).

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Y regresamos a Puerto Madryn para participar con Insieme (una vez más) de una feria artesanal, esta vez dedicada a la Navidad.

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Próximo destino: Parque Nacional Monte León (Provincia de Santa Cruz).

Y sí, no podíamos terminar el post sin una foto-payasada de Fla (y bue):

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Fla imitando a un pingüino echado… ¡Estás igual! (Nótese la cara…)

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Las Grutas y el viento, sucundum, sucundum

Las Grutas fue especial por 3 razones (3 es buen número para «razones»… claro, porque hacés: «1» -pulgar- «2» -índice de la misma mano-, «3» -dedo mayor-):
1) El lugar es único.
Las aguas más cálidas (corriente de Brasil, dicen) de la costa Argentina permiten disfrutar de repetidas inmersiones diarias sin el sufrimiento habitual del resto del Atlántico. La marea alterna 2 pleamares y bajamares (ponele) diarias, cubriendo y descubriendo cientos de metros de playa y extensiones de roca plana.
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Inteligentemente, han moldeado la roca creando piletones naturales cuya agua se renueva 2 veces por día. Loco.
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Por otro lado, su infraestructura recuerda a un pueblito mediterráneo, con el blanco típico de sus construcciones. Al final de una caminata de 4km hacia el sur por la playa se llega a Piedras Coloradas, un conjunto de piedras… rojizas (noooo, ¿posta?) cuyo aspecto de desierto marciano contrasta fuertemente con la costa en donde se halla emplazado. Loco2.
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Y unos atardeceres…vespertinos.
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2) Tuvimos de visita a Mari y su camisa (Mariano Forti, mi hermano).
Los 3 nos cagamos de risa todo el tiempo, entre caminatas, comidas, visitas al Casino (donde justo hubo un recital mientras la gente no paraba de apostar, Loco3).
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Por supuesto, todo en el marco del más estricto esquediul: levantarse tipo 11.30-12… esperar a estar despiertos… pensar… reflexionar… compartir las reflexiones…
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… hacer el café, comer pan dulce y maná de limón agitaneados (ver Punto 3)… ir saliendo tipo 13hs, seguir saliendo tipo 13.33, salirrrr allllrededor de las 14… o después (porque somos una murga, dirìa Mari).
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Rumbo piletones o arena, según el día. La jornada concluía con una cena gitana (ver Punto 3 nuevamente) y otros condimentos (sucundum), según el caso. Altamente divertido.
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3) Nos convertimos definitivamente en Gitanos.
Nos apropiamos del espacio público (vereda escalonada, canilla enviada por dios en la pared, banco) al mejor estilo gitano, convirtiéndolo alternadamente (o todo junto) en living, baño, cocina, sala de estar, comedor, estudio, lavadero (con trafic-tender)., sala de reunión de comisón directiva, deck-terraza, etc.
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«¡Ay, hijo! Parecés un gitano», según La Mamma. «No, mamá. Lo somos.»
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Para ilustrar todo esto, muchas imágenes valen más que mil palabras…
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